Un día, no sabemos dónde, leímos que en las ciudades americanas el concepto de paseo ya desapareciera, y que, a las zonas residenciales y comerciales, aunque estuvieran muy próximas, resultaba imposible acceder a pie.
Y como en esas urbes tan grandes de los EE.UU. el transporte público apenas existe, es imprescindible tener coche propio, y por eso, cuando allí vamos, el hotel nos pone a disposición un coche, pues conseguir un taxi es un gran esfuerzo.
Y como en nuestra bella Ciudad, por aquello de dar remedio en los males económicos, a la poca población activa y a que nuestras bonitas y silenciosas calles no sean verdaderos desiertos humanos (que, a veces, sí lo son, como las maravillosas plazas que poseemos), estamos fomentando, con magnífico interés, el turismo, para que, a la ciudad del universal escritor don Álvaro Cunqueiro Mora, lleguen turistas que ocupen aquellas hermosas calles y plazas.
Paradójica y afortunadamente, en EEUU es imposible, por inusual, pasear por sus calles a pie, y es habitual, parece ser, conducir el coche hasta la puerta de las casas; en cambio, en nuestra incomparable, por su hermosura, Ciudad, queremos que el coche se deje cerca de la vecina localidad del escritor e intelectual don Francisco Fernández Del Riego, llamada Lourenzana, gobernada ejemplarmente por doña Emma Álvarez Chao, porque, entre otras cosas, no hay dinero (y pensamos que ni tan siquiera voluntad) para construir aparcamientos adecuados en el casco histórico de Mondoñedo (aunque sí lo hay para tener dos horas en funcionamiento el alumbrado público a la luz del Sol). Y que, por aclamación, como se dijo basándonos en el turismo, nos visiten los foráneos para el bullicio de nuestras calles desiertas normalmente.
Pero, sin embargo, no llamamos (no hacemos porque vengan), a nuestros queridos convecinos de la aldea, de los barrios limítrofes del casco histórico de la Ciudad, para conseguir sacarlos de casa hacia la catedral de la Asunción y su inigualable plaza y no permanezcan atrincherados en sus viviendas o vayan en busca de otros horizontes más bulliciosos, más alegres, y para que con su presencia en las desiertas calles de la Ciudad del Masma aquellos turistas o forasteros que vienen a vernos no se encontraran con el panorama de las calles vacías que les haga llegar al aburrimiento y a sentir depresión y se marchen antes de tiempo, contribuyendo de esta forma, sin quererlo, al despoblamiento de la Ciudad episcopal..-El mundo de los alrededores de Mondoñedo no debe dejársele desatendido para que vaya gastar el dinero a fuera del municipio-
Pensamos que no sólo en elecciones, los políticos de todo signo, deben aprender mucho paseando, no en coche como les dicen ellos a los de la aldea cuando quieren venir a los Bancos, por los caminos, por las “corredoiras”, por las carreteras provinciales y comarcales, para saber si hay que hacer o no aparcamientos en el caso histórico de la Ciudad de la Paula.
Esa especie de frenesí de los políticos, en tiempos de elecciones locales, debe prolongarse todos los días de entre elecciones, como si megafonías se escucharan y los decibelios alteraran la sangre de los convecinos, para que éstos, con sorna, no se digan ¿vendrán éstos reyes magos a traernos algún regalito? Y demuéstreseles que entre todos los políticos alguno habrá que piensa en el bien común, en su pueblo, en su Ciudad que representa, como algo propio. Que queden convencidos y que vean, con claridad y precisión, que debajo de su traje de partido, debajo de las siglas a las que obedecen y a las que sirven, y debajo de sus ambiciones personales y de sus intereses particulares, alguno habrá que en su fondo más íntimo piensa en esos convecinos. Porque haberlos los hay por muy mala fama que actualmente poseen. Pues estamos convencidos que algunos se meten en el arte de la política con la clara vocación de servir a los demás y sin pensar el magnífico sueldo que puedan percibir. Y de que tampoco éstos les dirán a los convecinos piropos como que vacas más bonitas tiene, pero deben dar mucho que hacer, mucho trabajo, ni les continuarán con la hipocresía de que con las vacas no hay festivos, no hay domingos, ni tan siquiera sábados, ni vacaciones.
Así lo opino.


  LORENZO ARES ROBLES - Mondoñedo

 

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