La Mar cede, presta terreno, pero hay que devolverlo, si no quieres mojarte. Es decir nos enseña y obliga a obedecer, a cumplir con la norma.
Todo nacido, sea como fuere, tiene el derecho universal, y los poderes públicos tienen la obligación insalvable de preparar al nacido, sea como fuere, en la riqueza del acto de la Educación, enseñándole la cortesía y urbanidad para desarrollarse y encaminarse libremente, perfeccionando sus sentidos.
Es decir el ser humano tiene la obligación insalvable, inapelable, de practicar la cortesía, la urbanidad y obedecer las normas.
El hombre desde hace mucho tiempo tiene un fiel amigo, al que debe respetar como tal, y le debe, también por obligación insalvable, tratar con cortesía y urbanidad, y para ello obedecer las normas para que universalmente fue preparado.
Ese amigo es el can, el perro.
Nosotros sí, somos amigos y defensores del can sin aspavientos de ninguna clase. En nuestra casa, desde los tiempos de nuestros padres, hubo perros y lloramos el atropello de alguno de ellos.
No vamos a recriminar a nadie en concreto por su conducta, por su educación canina.
Pero permítasenos, porque pensamos que es justo y que es objetivo, hacer público que algunas personas, que algunos a los que le brindan su amistad los perros, no utilizan la cortesía, la urbanidad y la obediencia de las normas, hacia ellos, y, posiblemente, podíamos decir que mal les tratan.
Somos conscientes de que en esta estación de verano son pocas las personas que nos leen y pocas las personas que leen la prensa escrita en general. Pero esperamos que los pocos que nos lean comenten con los que regresan del merecido descanso de vacaciones el caso o el hecho que hoy nos ocupa, por su excelsa calidad y porque a pasos agigantados se está multiplicando, además de la pedagogía que ello debe tener y tiene, incluso para los de más edad.
Tenemos tanto respeto por la libertad que también consideramos o estimamos que los animales, los perros especialmente porque nacieron y trabajan para ser libres, merecen de nosotros, de todos, un trato adecuado y ejemplar para que disfruten de una excelente y plena libertad.
El hombre, por miedo, inventó el fuego y buscó domar al perro salvaje y éstos se vieron obligados a convivir con las personas y por ello merecen todos los respetos y ser tratados como nos gustaría a nosotros ser tratados por alguien más fuerte y de más capacidad.
Por todo ello consideramos que no es adecuado, que es salvaje, que nuestro fiel amigo el perro, el can, sea privado de vivir con libertad absoluta en la era, en el cuadro de tierra para él reservado, donde se levantó la vivienda de su amo/a con el que tiene que convivir, desde la era en que fue domado para defender al hombre.
Entendemos, pues, que es terco quien al perro doméstico lo tiene viviendo en un piso. Es totalmente inadecuado que un canciño, que un can, sea destinado a aguantar la soledad y el egoísmo de su amo que le produce vivir en un palmo de terreno, y, encima, que el amo/a sea de esos que se refugian en el can porque es incapaz de relacionarse con sus semejantes, sustituyéndolo por la ausencia humana de una compañía.
El perro no se hizo amigo del hombre para eso, y su fidelidad no abarca, no merece, tal egoísmo, entre otras cosas, porque cuando contrató con aquél no existían pisos.
Y señoras y señores, si no es ético maltratar a las personas que tienen un perro en un palmo, no vemos porque ha de serlo, hacerlo, con un perro.
Tampoco es ético y nada tiene de urbanidad y cortesía, y menos de libertad, que su amo/a, o el conductor, diga de su fiel amigo, cuando se encuentran con un semejante, que no hace nada, que no hace falta que te apartes, cuando en realidad lo está acusando de que muerde, porque así lo educaron, cuando la verdad es que lo privaron de sus propias armas de defensa, que aplica después de la de ladrar si caso no se le hace. Si no hace nada para qué lo quieren. ¿Para utilizarlo? No saben que el can, en cualquier instante, puede volver al estado de donde procede olvidando el “aprendizaje” de su amo, y morder a los que no conoce e incluso a su propio dueño o enseñador.
Y menos tiene de urbanidad y libertad, y menos aún de Justicia, que entre las relaciones del humano y del can, esté que a éste se le saque de su mencionada era, cuando su satisfacción es estar en ella y defenderla o guardarla, como pactó en la antigüedad con el hombre, y se le pasee por dónde y como él no quiere, pues intuye por naturaleza y por su olfato excepcional que no debe ir sin bozal o frenillo porque uno de sus trabajos es la defensa y lo hace, después de ladrar, mordiendo, y tampoco debe ir suelto porque él jamás quiere pasarse de la zona que tiene marcada con su propia meada, a sabiendas de que lo que está fuera de su era no tiene porque defenderlo, ni tiene porque hacer la deposición después del sitio que moja, señal que hace para ello.
Y tampoco NO es un muñeco de trapo para ser manoseado insistentemente. Volvemos a decir que el perro quiere ser libre, quiere gozar de libertad absoluta, dentro del campo que la Historia ya le tiene marcado. El perro no está para sustituir al hombre o a la mujer en lo que se cree, se rumorea, se supone de acciones o asuntos íntimos de satisfacciones personales.
Es un animal de compañía, e incluso de defensa amigable si se quiere, pero en su dicha era, en el cuadro de tierra para él reservado del conjunto de la vivienda del amo. No le confiere la fidelidad a su amo/a para que cuando aparezca la mujer o el hombre idóneo para éste, se le peguen 3 tiros y dejarlo en la cuneta.
Concluyendo, los alcaldes deben tener la gentileza de tomar medidas, ante la citada obligación insalvable de preparar a todo nacido para enseñarle la urbanidad necesaria y para tratar o relacionarse con los perros y a que toda persona educada cumpla con las normas que se dicten al efecto si es que no quieren mojarse como pasaría con la Mar si no dejaran libre el terreno que puede prestar temporalmente.
Así lo opino.

  LORENZO ARES ROBLES - Mondoñedo

 

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