Tenía que ser una persona muy inteligente.
Debía de ser un hombre con mucha visión de futuro.
Ya de aquélla sería un gran político, muy honrado, que, quizás, llegó a dar la vida por el pueblo.
Seguro que tenía un gran poder de convocatoria, convincente y con gran convicción. Con ideas u opiniones religiosas, éticas o políticas fuertemente adheridas.
Posiblemente que derramara lágrimas que recorriendo su cara llegaran a los labios donde se quedarían con sabor salado, como ahora nos puede pasar a nosotros.
Tal vez explicó al pueblo que la existencia de Dios no puede entenderse sin la existencia del diablo, basándose en que no se entiende la existencia del bien sin la existencia del mal, que no se entiende el uno sin el otro, y que el hombre no alcanza a entenderlo de otra manera.
Por ello, a lo mejor, dejó establecido que en cada nación, en cada porción de tierra, en cada Ayuntamiento, tenía que existir un Gobierno para hacer las cosas bien, para hacer el bien, y una Oposición que haría de malo, de diablo, para que hubiera debate y para que hubiera políticos. (Criterio de mi amigo Bobi, también hombre inteligente y con visión de alto nivel).-
Ese hombre, sabio, que no sabido, con sus grandes conocimientos, con buen sentido, equilibrado y sensato, pudo ya haber intuido que en el futuro, que en los tiempos de ahora, sería mal visto el término religioso diablo, por ende transmitió sabiduría a los autores del Diccionario de la Lengua, para que se definiera como ángeles con rebeldía, pero ángeles, y como personas inquietas, atrevidas, intrigantes que hicieran cautelosamente algo para conseguir, con habilidad, lo que se propusieran, que podía ser llevarle siempre la contraria al Gobierno, pero personas.
Fue tan sabio que también pudo haber intuido que en el futuro, que podía ser en los tiempos que vivimos, algunos del bien y otros del mal habían de infringir, violar, desobedecer un precepto, una Ley, y se inventó el pecado, del que se podía adquirir la absolución o ser castigado por personas semejantes y justas.
Aconsejó dar de comer al hambriento, sin pensar que en nuestros tiempos habría unos 150 millones con ganas de comer. Y abstenerse, guardando dieta, los que mucho tuvieran.
Y cuando habló de repartir para que hubiera la más posible igualdad, tuvo que aclarar que se iba para no volver y que, aunque corrieran, la brisa les acariciaría de tal manera que no le alcanzarían; quedando las personas amargas en la soledad, porque querían despedirse, pero observaron el horizonte vacío intentando ver su marcha y esperando una respuesta de cómo se haría aquél amor aconsejado.
Pero como eso dolía y no estaban preparados para el futuro, se pusieron a llorar y agotadas las lágrimas dejaron de llorar unos, quizás los más fuertes, y algo en ellos murió para siempre, la esencia de ser, como les había enseñado, honestos y honrados, como fue el gran Maestro. Así lo opino.

  LORENZO ARES ROBLES - Mondoñedo

 

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