Llega a Mondoñedo la triste noticia de la muerte, e inhumación de su cadáver en el Cementerio de San Froilán, de una de las personas más queridas enmarcadas con aplomo dentro del campo de la profesión de la Abogacía y de la  Justicia.
Me quedé conmocionado, sin articular bien la palabra y mis ojos comenzaron a lagrimar insosteniblemente pese a disimular, al esfuerzo.
El cerebro paralizado no mandaba para dar solución a tan desagradable y triste noticia, no se sabía qué hacer. ¿Qué hago? Nada se puede hacer, ni tan siquiera acompañarle en el último viaje. Pasó un tiempo y se me ocurrió comenzar este difícil relato, difícil por causa del embargo, pero no porque no se tratara de una persona de un señor de un caballero con extraordinaria historia profesional y personal. Era un hombre de los inigualables, lo que me facilitaba el relato, pero las lágrimas gotean sobre el papel donde pintaba estas letras. Era uno de mis mejores amigos conocidos en dicho campo, con el que he disfrutado en el derecho procesal donde era, con el  ámbito civil y por qué no penal, de los profesionales de la abogacía, especialmente destacado y respetado. Cuando este señor hablaba, cuando esta fuente emanaba derecho todos escuchábamos y concentrábamos al máximo la atención, porque, además, hablaba con sentido simpático, agradable.
No conocía el pleito, pero lo abría donde incidía la consulta. El fue uno de los  abogados que demostró que en Lugo hubo y hay buenos abogados, sin que se haga necesario acudir a buscarlos a Madrid u otras ciudades. Hace años que éramos amigos en esa cancha del Derecho (perdón por el símil) y había recibido de él, muchas veces, sinceras pruebas de singular afecto que se acercaban al paternalismo que yo, por su categoría por la diferencia de edad y mutuo cariño, aceptaba con mucho gusto.
No se me olvida aquel sabio consejo, en una pequeña desavenencia con un juez, de que no me disgustase porque él no sabe vivir sin ti profesionalmente hablando. Yo le profesaba veneración y afecto. Los dos siempre nos recordábamos que éramos de Caballería. En su época, en sus tiempos de flor, lo tenemos presente como un compañero de sinceridad de corazón, de ejemplar llaneza en el trato con todo el mundo, esmerada educación, de actividad incansable y su labor en primera línea, con rectitud dando la solución de los asuntos, lo que le hacían digno de un querer especial, de un ser cumplidor de su deber hasta el extremo, con espíritu de sacrificio y entrega al trabajo y además hombre servicial. Fue decano del Colegio de Abogados y como tal me honró, junto con nuestro querido amigo que acababa de dejar el mismo don José Manuel Núñez Torrón (q.e.p.d.), en mi homenaje de jubilación.
Era tal su pasión por la Abogacía que alguien quiso que en los últimos minutos de su vida discursara en la Festividad del Patrón San Raimundo de Peñafor, celebración que resultó amarga porque todos los que allí estaban querían a ese gran hombre. Muy de veras participo en el dolor de sus hijos Carlos, Diego y Mónica y de toda su familia, así como del actual decano del Colegio de Abogados, en la representación que ostenta, Félix Mondelo, por la pérdida de quien es digno de estos renglones. No me queda más que encomendarlo al Señor, como lo hago con mis oraciones, para que haya encontrado ya el premio eterno.
Son estas palabras, con permiso de toda su familia,  el humilde homenaje que rindo in memoriam a mi amigo Don Carlos Bellón Vázquez (q.e.p.d.).
Así lo pino.
 

 LORENZO ARES ROBLES - Mondoñedo

 

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