Pensamos que también es interesante leer para averiguar y escribir sobre las costumbres habidas en la Ciudad de la Paula durante su época de capital de provincia y provincia del Reino de Galicia, y aprendimos que por las asambleas, ordenanzas y estatutos del Obispado que era titular Don Antonio de Guevara, se podía hacer la idea, con todos los respetos, de algunas malas costumbres de aquellos tiempos de mediados del siglo XVI tales como que las mujeres casadas abandonaban con demasiada complacencia su toca o prenda de tela con que se cubrían la cabeza al estilo de las monjas, peculiar, cambiándola por la propia de las doncellas y las albanegas, que eran una especie de rede para recoger el pelo.
Como que las gentes se distraían, el domingo, en tiendas y tabernas, dejando muchas personas de asistir a la Santa Misa. En los mortuorios, honras y días de finados se comía y bebía aún dentro de las iglesias, llegando en tal profanación del templo hasta el extremo de poner jarros y platos sobre los altares, utilizándolos como si fueran aparadores. 
En las procesiones generales y letanías, iban los hombres con poca humildad, cargados de lanza y arcona. Se continuaban algunos ritos, tales como el de guardar carne el día de carnestolendas (carnaval) y ponerla al humo hasta la Pascua y comenzar aquel santo día a comer de ella. Las costumbre de hacer unas cruces de masa del primer pan que se cogiera y ponerlas encima de la hucha donde se guardaba el pan cocido, creyendo se conservaría mejor y multiplicaría. 
La práctica de lavar los cuerpos de los difuntos pensando que así se les quitaban también los pecados, y raerles inmediatamente las barbas las cuales después guardaban para hacer hechizos. El poner a los niños el primer día de luna en el suelo mojado con agua en que se cocieron ortigas y con un cuchillo por entre los dedos hacer que se le cortaban las verrugas y lombrices, diciendo: ¿qué cortas? y respondiendo “verrugas tallo do teu Corpo, e do teu tallo”. 
Creer se mitigaban truenos y relámpagos volviendo sartenes y trébedes hacia el cielo. En algunas iglesias de la diócesis, quemaban leña delante del Santísimo Sacramento la noche de viernes Santo, haciendo, junto al monumento, fuegos que ahumaban el templo. El día de Todos los Santos, al otro día de Finados, y en días de honras y misas, que llamaban “de los plazos”, andaban todos los muchachos, ricos y pobres, a pedir por las puertas recogiendo el pan, carne, vino, fréjoles, etc. que les daban. Había hombres que, sospechando de la fidelidad de sus esposas o concubinas, las hacían jurar en la Iglesia ante el Santísimo Sacramento o poner las manos sobre una vara de hierro ardiendo, o mojarlas y meterlas en un escriño (canasta o cesta) de harina; juzgándolas culpables o no, en este último caso, según la harina se adhiriese o no a ellas. 
El cumplimiento de los preceptos de la Santa Madre Iglesia debía andar un poco en desconcierto cuando se insistía en que no se practicase la superstición morisca de no diezmar a Dios “rorelos”, “roselos”, ni otros ganados los días de Lunes y Viernes teniendo creído que morirían los que quedasen si aquellos días diezmaran; en que los clérigos no arrendaran sus beneficios a los legos; en que se enmendaran los misales por las Constituciones a fin de evitar el desconcierto que resultaba de seguir unos el misal y otros dichas Constituciones; en que se pusiera mayor cuidado con los días en que no podía comerse carne, mandando no se comiera el día de San Marcos que son las letanías mayores, el Lunes primero de letanías y el Miércoles siguiente. 
Muchos clérigos y frailes franceses y de otras partes iban por tierras de la diócesis misando acá y allá sin las correspondientes y oportunas licencias; por lo cual se prohibió acogerles a no ser que hubiera diez años que estuvieran en el país o fueran beneficiados. Algunos seglares diocesanos de Mondoñedo conseguían en Lugo censuras y excomuniones contra sus convecinos, hecho de que se seguían muchos males y trastornos; oponiéndose a él con energía el Sr. Obispo y ordenando que nadie fuera osado, en lo sucesivo, de continuar tal costumbre y por ningún motivo se consintiera leer o publicar en las iglesias censuras no vistas por los señores Provisores. En las representaciones a manera de farsas del mundo, hechas por personas vagabundas en tiempo de Cuaresma y Semana Santa, no todo era en alabanza de Cristo porque en ellas se falseaba bastante el Evangelio, llegando a tal extremo que el Obispo haya terminado por prohibirlas. 
 Las condenas a los infractores de las disposiciones sinodales eran la mayor parte de las veces de tipo pecuniario, oscilando su cuantía según la importancia del precepto quebrantado; pero existían también reparaciones con carácter de penitencias públicas, entre las cuales la más frecuente era estar con una candela en día de Domingo a la misa mayor, oyéndola así delante de todo el pueblo, sin que, en algún caso excepcional, como para castigar a quienes practicaban el rito gentílico y superstición diabólicas de poner en el suelo a los niños el día primero de luna, falte el de ser encorozadas o puestas a la puerta de la iglesia con un cucurucho de papel en señal de infamia sobre la cabeza, las personas que tal hicieren. Continuará, hablando del siglo XVII.
Así lo opino. 


  LORENZO ARES ROBLES - Mondoñedo

 

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