En un valle primoroso, con tantos matices de verde, con tantas capillas e iglesias, son las campanas una parte importante de su vida. Ahora cada vez menos, pero esperemos que esto no siga cuesta abajo.
Tienen que salir de su descanso y tomar nuevos rumbos hacia el futuro y  sus campanas pueden voltear anunciando una nueva era.

Recuerdo aquella ocasión que oyendo en la radio  un domingo escuché unas  campanas que marcaban en un reloj  las doce; al oírlas me dije: son las de la catedral. 

La voz solemne del presentador anunció como era preceptivo: " Acaban de escuchar las señales horarias de las doce, en las campanas del reloj de la catedral de Mondoñedo". ¡Claro que me sentí orgulloso por haber reconocido las campanas de mi pueblo!

Eran las mismas que sonaban cuando en los días claros de verano marcaban las horas que pasaba estudiando en el prado  de Piñeiroa a la orilla del río, en las " aceas de Xacinto". Luego tras comer unas manzanas y departir conocimientos de Teoría Económica  con las vacas que venían a saludarme, las mismas campanas me marcaban la hora de regresar a casa por el camino de la Rua de Pumar y volver a mirar  la huerta  de Peré, que me atraía por su estructura para mí extraña.

La verdad es que yo salía hacia las cuatro menos cuarto, al son acompasado que me marcaba el "Esquilón", para retornar cuando a las siete menos cuarto volvía a indicarme que debía de regresar al son, como digo, del Esquilón. Supongo que los canónigos al subir las escaleras para ir a cambiarse, lo hacían también dejándose ir por el compas de la campana.

Y la Paula, señora campana que me dijeron tenía el "badal" cubierto de cuero porque de no ser así, su sonido agudo, rompería  los cristales de las ventanas de las casas más cercanas. Lo cierto es que la oía por veces y desde luego no la oí voltear de alegría. Por mi calle pasaba Manolo  " O Campaneiro", pero nunca le pregunté por ella. Pero para mí era quien nos daba un especial cobijo y sabíamos su nombre pero no así los de sus compañeras de torre. Tan especial es, que la frase genial de Francisco VAL, "Pancho de Martiño": "aquí esta parte de la totalidad de los veraneantes de la Paula", ha quedado en mi memoria como un sello de marca.

Pero a  mi siempre me intrigó aquel toque de campanas a las siete de la mañana. ¿Será verdad?,  o es mi imaginación la  que me indujo a formarme la idea de que esas treinta campanadas eran para recordar las veces que el mariscal dijo "creo", cuando rodaba su cabeza en la plaza.

En la zona de la Alcántara, los niños maliciosamente heredamos una historia que podríamos decir diálogo de Pasionistas descalzos y monjas Concepcionistas de clausura. La campana de los frailes era vieja y creo que hasta estaba un poco rota. Sonaba como si tuviese una sordina y los chavales decíamos que decía : "téngolo, téngolo". La campaña de las monjas era nueva y su sonido agudo hacía eco en el pequeño valle que formaban las huertas cercanas, entre ellas las que vieron a Leiras Pulpeiro. Los chavales atentos y maliciosos interpretábamos como que decía: "tan laaárgo, tan laaárgo".

Las campanas de Las Concepcionistas,  tocaban varias veces al día, ese toque de ánimas que dice mi amigo Juan Meilán y un toque especial a las tres de la tarde, que los que tenían que trabajar a esas horas, recordaban muy bien. Marcaban la vida de la zona con sus toques a las horas que cobraban significado para aquellos vecinos que las seguían.

Era una broma, pero si afinaban el oído era como interpretar el cantar del pájaro Pazpallá. ¿Lo recuerdan?: "paz pallá, paz pallá, tes muller, "zi  zeñor, zi zeñor";  ¿con que lle das?; "coz colloz, coz colloz".

Las campanas de nuestra ciudad han estado también en las poesías de nuestros vates. Uno  de ellos, Leiras Pulpeiro, pidiendo que las campanas de su lugar le llorasen, " si cando meu fine ,as campás do meu lugar non me choran" y el otro Noriega, recordando que "nos Picos tocaba o frade", cuando volvía de madrugada "da fía de Cesuras" e "ás costas por caridade cargou conmigo un veciño"

Sí, las campanas de Mondoñedo han tocado a muerto muchas veces, tantas como me recordaba mi abuela que la gente, cuando mi madre estuvo muy enferma, sospechaba que se había ido. También me hacía saber si era hombre o mujer, en base a los toques finales, y si se trataba de una criatura no bautizada.

Me ha hecho recordar mi amigo Andrés Doural  aquel incendio de la casa de los hermanos Sordo. Ha sido una de las pocas veces que recuerdo  el toque repetido y angustioso de las campanas y se me ha quedado en la memoria, como aquella fila de personas que intentaban traer agua para apagarlo, sin conseguirlo, y la tristeza del momento. 

Las campanas dejaban paso a la alegría de las fiestas y se volteaban sobre todo en las de Los Remedios. En la catedral era más espaciado el momento de júbilo.

Sin duda las de los Remedios tenían mucho relieve porque festejaban a nuestra patrona y como se hacían las ofrendas de los distintos municipios de la diócesis, tenían un carácter muy solemne. Me apunta Antonio Domenech, que también tocaban para disipar las tormentas y me ha hecho recordar que la virgen salía en solemne procesión en las famosas "rotativas", para pedir agua y que las cosechas fuesen buenas. De ahí el diezmo que los labradores entregaban en la iglesia. Aquellas "rotativas" me impresionaban porque salían todos los canónigos en procesión en perfecta formación de dos filas, cantando el rosario: "Santa María", "ora pro nobis". Quiero pensar que la lluvia se sentía atraída por la repetitiva plegaria. No es mi intención relatar con detalle estas ceremonias por eso no entro en recordar que la virgen permanecía en la catedral toda una semana, hasta que "subían" su imagen pasado este tiempo. 

Siempre dije que cuando había una buena tormenta, la forma mejor de disiparla eran los cohetes y los redobles de las campanas de las iglesias. Me parecía que de esta manera se rasgaban aquellas negras nubes que encapotaban el cielo.

No recuerdo bien, pero la entrada triunfal de los nuevos obispos seguro eran motivo de regocijo de las torres y campanas de la catedral, capitanas de los sones de las otras campanas de la ciudad. Sin duda una de las pocas veces en las que  la del Seminario tenía ocasión de lucirse.

Y también las campanas enmudecían cuando llegaba la Semana Santa y la "Carraca" marcaba las distintas ceremonias religiosas que se celebraban.

Y qué decir, que las campanas de San Roque, Santiago también se alegraban en sus fiestas, de los Molinos, como las de tantas capillas que rodean nuestro valle. La de San Cristobal era el mejor preludio para unas meriendas regadas a conciencia con vinos que salían de las botas. Y algún altercado que otro vieron en su campo.

La vida de Mondoñedo estaba unida a esos anuncios de sus campanas. Es posible que a la  reina  Leticia también le anuncien. Eso espero.


JOSÉ RAMÓN DÍAZ CRUZ 
 

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