En uno de estos cursos raros a los que me he aficionado, consideran que uno de los ejercicios para encontrarse bien consiste en enviar una carta a alguna persona que ha influido mucho en tu vida. Es un ejercicio de agradecimiento que, según dicen, ayuda mucho al desarrollo de la felicidad y plenitud.

Y yo me he puesto a pensar en esa persona.

Repasé con calma las escenas de mi vida y al final llegué a la conclusión de que era a Mondoñedo y sus gentes, a las que debía de dirigir esta carta de agradecimiento. Puede parecer realmente pretenciosa la idea, pero si soy sincero y si lo digo bien, veréis que tengo razón.

A Mondoñedo y a sus gente, muchas gracias. 

El nacer en Mondoñedo es algo que prometo no he pedido. Pero una vez allí, la gente y la  ciudad me han guiado por la vida. Para reflejar ese sentimiento de gratitud, es por lo que me animo a escribir estas letras.

Gracias pues a su gente, comenzando sin duda por mis seres más queridos. Me cuidaron y me dieron la cariño que se da a un hijo, nieto y sobrino o primo que nace en el seno de la familia.

Luego en el colegio, siguen esos cuidados de profesores y compañeros. Somos de la escuela de doña Remedios y de don Alejandro, vamos de Jandito. Allí los compañeros hemos vivido muchas cosas que ahora ya habremos olvidado. Por eso espero que el villancico del año pasado nos  haya traído algún recuerdo. 

Ni que decir que en el instituto laboral en el que estuve los cinco años, me hacen poner en la lista de agradecimientos la labor de los profesores y de nuestro eterno director Mayán, y agradecimiento a los compañeros con los que compartí clases y tractor; sin olvidar a mi primer compañero de pupitre Pepe Cabanela.

Los paseos, ya más tarde, cuando comenzábamos a ir a la universidad y los bailes en el casino o en la Alameda, eran otro punto de relación importante. Un poco de fútbol en el campo también nos hizo compartir muchas horas con muy diversos amigos.

Gracias a ese paisaje que era una verdadera delicia cuando en los paseos disfrutábamos con nuestras charlas. Ese paisaje que alguien dijo estaba matizado por siete distintos tonos  de verde. 

Así, que cuando regresabas a Mondoñedo, después de una corta estancia fuera, sentías por un lado la tristeza de  ir viendo como se habían ido algunos de los amigos y sus familiares, para encontrar fuera una mejor vida, pero también la alegría de poder disfrutar de todo lo que formaba parte de tu espíritu y por ello decíamos que nos íbamos a comer unos "bocadillos de pino", para levantar el ánimo.

Gracias por las tertulias en las sastrerías y en las zapaterías. De esto hay mucho que hablar. Cuando llegabas en vacaciones y te organizabas un poco los primeros días, no encontrabas horas en el día para ir de un lado a otro.

Y luego ir en La Forneira o en Morán, porque el Triunfo ya había dado los últimos viajes, a las muchas fiestas de la zona. Éramos como decía el autobús: Ferias, fiestas y mercados,  ni más ni menos; no nos perdíamos ni una. 

Y en esos mismos autobuses,  aquellos viajes a Foz, disfrutando de la playa, y luego las  comidas con empanada y vino y gaseosa en el Campo de Ramos, que terminaban con canciones como aquella que me enseñaron: "empanada que vas nesa cesta aunque sexas de sardiña, eres tu, eres tu la alegría de todalas romerías".

Y mención merece, a juzgar por las muchas fotografías que he visto, la fiesta y comida en San Cristóbal. Y en ocasiones, las menos, en la piscina, cuyo paso por el puente sin duda era una aventura de las que dejan huella.

Todo eso y mucho más que todos sabéis, forma parte de ese sentimiento que nos envuelve a los mindonienses y que nos hace sentirnos de una manera especial, y siempre nos permite mirar hacia nuestro interior para buscar nuestras raíces. Cada uno a su manera, en su entorno natural. No es lo mismo ser da Fonte Vella, que da Rúa, ou dos Remedios ou das calles do Medio, dos Muiños, de San Lázaro, dos Picos, e aínda máis. Pero todos en el fondo tenéis mi agradecimiento y todos me habéis enseñado algo propio de nuestra ciudad. Por eso en Mondoñedo a  los niños nos referimos como "os pícaros" y eso imprime carácter.

Gracias pues y ¡a cuidarnos!,  que somos una especie en peligro de extinción.

Un fuerte abrazo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ CRUZ 
 

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